User-agent: Mediapartners-Google Disallow: El Club de la Cazuela: Julio Salas, barbero

12.10.06

Julio Salas, barbero

La barbería de los pajaritos
El trabajo le otorga dignidad al ser humano. Las personas sencillas van forjando día a día la historia de nuestros pueblos.

Julio Salas, ha sido uno de los últimos barberos de la antigua escuela en retirarse y cerrar su pequeña barbería, estaba situada en la esquina de la Plaza de La Aurora. Existía desde el año 1961, cuando “el barrio de las Casas Nuevas, por esa época era un descampado. No existía todavía el cine Imperial que se construyó años mas tarde, y que en la actualidad se ha convertido en frutería y en bloque de viviendas.
Julio Salas, el barbero

"Lo que si había –comenta- eran moscas, y malos olores provocados por el basurero, en cuyo solar se levantó hace años la iglesia de La Asunción. Donde cada día las campanas tocan a gloria por la limpieza que existe en el barrio.
Fue gracias a las colaboraciones y al trabajo de los vecinos, como se construyo la iglesia. “Yo mismo,-recuerda Julio Salas- más de una vez ayudaba con la mezcla y los ladrillos, y Don Antonio, el párroco se arremangaba la sotana y se convertía en un albañil más. Los que llevamos aquí más de cuarenta años, podemos contarlo, porque lo hemos vivido. Este barrio que ahora se ve tan bonito, era antes la periferia de Montilla, este era el barrio de los obreros”.
Su típica barbería estaba flanqueada a un lado por la pescadería de Isidoro Polo “El Gamba”, y al otro por el campanario de La Asunción, durante los años que estuvo abierta se conservó como el día que se abrió, un martes 14 de Abril de 1961.
A ambos lados de la entrada, colgaban media docena de jaulas con jilgueros y canarios. Estos pajaritos que eran la pasión de este barbero deleitaban a la clientela con sus gorgoritos y sus trinos. En el interior, sus paredes blancas y escuetas estaban adornadas con unas rancias fotografías de fútbol: algunos almanaques de discreto motivo y, donde los calendarios que antaño ilustraban las paredes de estos santuarios de hombres estaban en un rincón apartado de la vista de la calle atestado de lozanas hembras.
Mientras conversamos, no le quita la vista a la cabeza del ínclito pelado. El tric,tric, de las tijeras se hilvana con el canto de los pajaritos.
Este sin par barbero, que con nueve años ya pisaba una barbería cuenta que aprendió este oficio de Manuel Redondo Sánchez “Berralichi”, antiguo barbero del Casino Montillano, popularmente llamado “casino de los señores”.
“Costaba mucho aprender, porque no había nada más que un sillón y siempre era el maestro el que arreglaba a los señores. Yo me limitaba a mirar y preparar el agua caliente para los afeitados”.
Hubo en Montilla, hasta 24 barberías, de las cuales solo quedaba una la del Miguel Alcaide, hijo de “El Marrueco”, que cerró el mes pasado.
Apelativos tales como: “El Niño Juan”, “Los Barberitos”, “El Niño la Brocha”, “Afeita Muertos”, “Berralichi”, “El Tapirojo”, “El Torrezno”, “El Niño el Lunar”, “El Marrueco”, “El Pirulo”, “El Maestro Patillas”, "El Soto"... etcétera.
Estos entre otros son los apodos cariñosos por lo eran conocidos estos insignes barberos.
Esto nos puede dar una idea de la popularidad que gozaban las barberías, donde se improvisaban amenas tertulias.

Cada cierto tiempo, los maestros barberos se reunían para acordar la tarifa de precios. ¡¡ “aquello era la guerra”!!, nadie se ponía de acuerdo, unos querían la subida con arreglo al poquito de lujo que habían incorporado a sus negocios: sillones americanos, espejos, etc. Los otros que tenían sillones d madera querían dejar los precios como estaban, porque su clientela era más modesta.

En el año 50, por un afeitado se cobraba una peseta, y por un corte de pelo 1,50 ptas., se hacían los cortes de moda en aquel tiempo: estilo Parisien, Amadeo corto, a lo Alfonsino, Raio con flequillo, este corte era más propio de la chiquillería.

Don Fernando, por aquel tiempo párroco de la iglesia de San Sebastián, entregaba vales de caridad a las familias necesitadas para que pelasen a sus hijos y no albergaran piojos en sus cabezas. Estoy seguro que todavía habrá quien recuerde su cabeza monda y lironda, y el “Vale por un Pelao”.

También se hacían “las igualas”, que no era otra cosa que un precio convenido por varios afeitados, arreglo de cuello y un corte de pelo, y se pagaba todos los meses. Ahora se pasan los meses y no se pela nadie. El Hombre era antes más cuidadoso; eso de llevar los pelos por las orejas no se veía en ningún sitio, se ha perdido la costumbre de afeitarse por un profesional.
“Esta profesión,-concluye el maestro- debería de ser como la fauna, los oficios antiguos tendrían que estar protegidos”.

(c) Julio Portero

1 comentario :

Alquimia Fullera-transitando dijo...

Por Julio no pasa el tiempo, este verano estuvo haciendonos una visita en la casa del campo, está genial, se puede conversar con el de mil cosas , disfrutó de los higos y la huerta.
Recuerdo su barberia, sus pájaros y su super sillón. A pesar de ser mujer, a mi tambien me ha cortado el pelo. Un ejemplo de amor al trabajo y de buenhacer. Saludos.