User-agent: Mediapartners-Google Disallow: El Club de la Cazuela

13.11.06

Bodegón

Me gusto la armoniosa composición que hacían la vieja cafetera, el tarro de perejil, el limón, y el paño rojo de cocina sobre el mármol blanco. Y es que, la cocina tienes mucho juego de cara a la fotografía, con esos espacios mágicos que merecen un encuadre y que a veces nos pasan desapercibidos.
Esta es una de esas escenas que me pasaron inadvertidas hasta que un día alguien dejó el limón recién cogido y el paño junto a los demás elementos. Y este es el resultado.

1.11.06

Gachas de la abuela


E
xiste la tradición de preparar este postre en la víspera de del día de Todos los Santos, para ser compartido con la familia al día siguiente el día de los Difuntos, al menos esta costumbre se viene repitiendo año tras año desde donde mí memoria alcanzar y créanme que son bastantes. Desgranaré con la complicidad de Aurorita Mendoza, a la sazón mí madre política, y autora de esta fuente de gachas, los sacramentos que encierra esta sencilla receta. Cabe recordar que en tiempos de escasez se hacían básicamente con agua, harina, cuscurros del pan duro, algo de azúcar, y poco más. Con el tiempo se sustituyo el agua por leche. Quiero recordar que cuando las cuadrillas de jornaleros terminaban la vendimia la gente rebuscaba en las viñas los cencerrones, y con el mosto de esas uvas y muchas horas a la candela conseguían una reducción que se llama arrope. Ingrediente principal de otra variedad de gachas que estaban ricas de verdad pero, quien se pone hoy a hacer arrope. Ingredientes: 2 tazas de harina, 4 tazas de agua, 1 puro de canela unos granos de matalahúga, canela en polvo, peladura de limón, aceite, pan, sal, 300 gr. azúcar, 250 gr. almendras (antes no llevaba) Forma de prepararlas: En una sartén ponemos un poco de aceite de oliva en el que freiremos los cuscurros de pan, teniendo cuidado de que no se nos quemen. Una vez dorados los sacamos y reservamos. A continuación, bajamos el fuego y le incorporamos la matalahúga y la rama de de canela, le damos una vuelta ligera para aromatizar el aceite, este se vierte en un recipiente mayor que puede ser una cacerola que es mas ancha que alta y nos será mas fácil remover. Puesta al fuego le vamos incorporando una taza de agua, el azúcar, la peladura de limón y una pizca de sal. Poco a poco echamos la harina y le vamos añadiendo el resto del agua sin dejar de mover. Muy importante este punto para evitar que se formen grumos. En este punto me traslado a la cocina actual y recomiendo la batidora eléctrica. Hecho esto, incorporamos las almendras y el pan frito. Una vez que comiencen a hacer flo, flo... las apartamos del fuego y sin quemarnos se vierten en varias fuentes. Y finalmente, cuando estén frías espolvoreamos con canela.

13.10.06

Lección de enología

COMO DISTIGUIR UN VINO CORRIENTE DE OTRO SUPERIOR

Los enólogos tienen catalogados casi cien procesos para diagnosticar cuando un vino es de categoría. Como Vd. no tiene los sentidos tan educados como un profesional, y tampoco dispone de sofisticado laboratorio, puede suplir esas limitaciones con métodos naturales y simples. Creemos que los técnicos lo practican con el vino que se van a beber ellos, porque de nada se fían menos que de sus propios análisis, Vd. será experto catador si practica lo que sigue:
a) Ponga a medio llenar una copa con el vino a valorar. Véalo, huélalo y pruébelo; memorizando las características que ha observado. Deje esa copa, con el vino, en cualquier sitio y destapada. Al día siguiente, sobre la misma hora, llene la copa del mismo vino e igual formato, compárelos:
- Si el vino está más turbio es síntoma de desequilibrio químico o bacteriano.
- Si ha tomado un color pardo puede estar en principio de putrefacción.
- Si la intensidad de olor ha bajado mucho, es que tiene poca vejez o crianza.
- Si su sabor se vuelve desagradable es seguro que procede de baja cuna. Resumiendo: Cuanta menos diferencia haya en presencia, color,olor y sabor, entre las dos copas,mejor será el vino.
b) Échese en la palma de la mano un poco de vino y frote con la otra mano como cuando tiene frío. Seguidamente abra las palmas, como si fuera un libro, y huélalas. Cuando repita esa operación con diferentes clases de vinos, Vd. mismo quedará sorprendido de sus descubrimientos. Al poco tiempo nadie podrá rebatirle cuando diga: ¡Gran Vino!. Tenga en cuenta que el vino libera su “alma al secarse y Vd. lo capta con su nariz.
c) Llene una copa de vino a estudiar y muévala de manera que el vino moje toda la superficie del cristal. Haga lo mismo con otro vino de reconocida vejes y calidad.
Vuelva a vaciar las dos copas, y sin vino, huélalas varias veces durante un día, se convencerá: el aroma de un vino tarda más en desaparecer, en una copa vacía, cuando más viejo es.
d) Compare su vino con otro muy fino de gran calidad.Eche en las dos copas un a pizca de bicarbonato sódico mientras menos color tome el vino, mejor esta constituido.
Antonio Sánchez
Bodegas Toro Albalá

12.10.06

Julio Salas, barbero

La barbería de los pajaritos
El trabajo le otorga dignidad al ser humano. Las personas sencillas van forjando día a día la historia de nuestros pueblos.

Julio Salas, ha sido uno de los últimos barberos de la antigua escuela en retirarse y cerrar su pequeña barbería, estaba situada en la esquina de la Plaza de La Aurora. Existía desde el año 1961, cuando “el barrio de las Casas Nuevas, por esa época era un descampado. No existía todavía el cine Imperial que se construyó años mas tarde, y que en la actualidad se ha convertido en frutería y en bloque de viviendas.
Julio Salas, el barbero

"Lo que si había –comenta- eran moscas, y malos olores provocados por el basurero, en cuyo solar se levantó hace años la iglesia de La Asunción. Donde cada día las campanas tocan a gloria por la limpieza que existe en el barrio.
Fue gracias a las colaboraciones y al trabajo de los vecinos, como se construyo la iglesia. “Yo mismo,-recuerda Julio Salas- más de una vez ayudaba con la mezcla y los ladrillos, y Don Antonio, el párroco se arremangaba la sotana y se convertía en un albañil más. Los que llevamos aquí más de cuarenta años, podemos contarlo, porque lo hemos vivido. Este barrio que ahora se ve tan bonito, era antes la periferia de Montilla, este era el barrio de los obreros”.
Su típica barbería estaba flanqueada a un lado por la pescadería de Isidoro Polo “El Gamba”, y al otro por el campanario de La Asunción, durante los años que estuvo abierta se conservó como el día que se abrió, un martes 14 de Abril de 1961.
A ambos lados de la entrada, colgaban media docena de jaulas con jilgueros y canarios. Estos pajaritos que eran la pasión de este barbero deleitaban a la clientela con sus gorgoritos y sus trinos. En el interior, sus paredes blancas y escuetas estaban adornadas con unas rancias fotografías de fútbol: algunos almanaques de discreto motivo y, donde los calendarios que antaño ilustraban las paredes de estos santuarios de hombres estaban en un rincón apartado de la vista de la calle atestado de lozanas hembras.
Mientras conversamos, no le quita la vista a la cabeza del ínclito pelado. El tric,tric, de las tijeras se hilvana con el canto de los pajaritos.
Este sin par barbero, que con nueve años ya pisaba una barbería cuenta que aprendió este oficio de Manuel Redondo Sánchez “Berralichi”, antiguo barbero del Casino Montillano, popularmente llamado “casino de los señores”.
“Costaba mucho aprender, porque no había nada más que un sillón y siempre era el maestro el que arreglaba a los señores. Yo me limitaba a mirar y preparar el agua caliente para los afeitados”.
Hubo en Montilla, hasta 24 barberías, de las cuales solo quedaba una la del Miguel Alcaide, hijo de “El Marrueco”, que cerró el mes pasado.
Apelativos tales como: “El Niño Juan”, “Los Barberitos”, “El Niño la Brocha”, “Afeita Muertos”, “Berralichi”, “El Tapirojo”, “El Torrezno”, “El Niño el Lunar”, “El Marrueco”, “El Pirulo”, “El Maestro Patillas”, "El Soto"... etcétera.
Estos entre otros son los apodos cariñosos por lo eran conocidos estos insignes barberos.
Esto nos puede dar una idea de la popularidad que gozaban las barberías, donde se improvisaban amenas tertulias.

Cada cierto tiempo, los maestros barberos se reunían para acordar la tarifa de precios. ¡¡ “aquello era la guerra”!!, nadie se ponía de acuerdo, unos querían la subida con arreglo al poquito de lujo que habían incorporado a sus negocios: sillones americanos, espejos, etc. Los otros que tenían sillones d madera querían dejar los precios como estaban, porque su clientela era más modesta.

En el año 50, por un afeitado se cobraba una peseta, y por un corte de pelo 1,50 ptas., se hacían los cortes de moda en aquel tiempo: estilo Parisien, Amadeo corto, a lo Alfonsino, Raio con flequillo, este corte era más propio de la chiquillería.

Don Fernando, por aquel tiempo párroco de la iglesia de San Sebastián, entregaba vales de caridad a las familias necesitadas para que pelasen a sus hijos y no albergaran piojos en sus cabezas. Estoy seguro que todavía habrá quien recuerde su cabeza monda y lironda, y el “Vale por un Pelao”.

También se hacían “las igualas”, que no era otra cosa que un precio convenido por varios afeitados, arreglo de cuello y un corte de pelo, y se pagaba todos los meses. Ahora se pasan los meses y no se pela nadie. El Hombre era antes más cuidadoso; eso de llevar los pelos por las orejas no se veía en ningún sitio, se ha perdido la costumbre de afeitarse por un profesional.
“Esta profesión,-concluye el maestro- debería de ser como la fauna, los oficios antiguos tendrían que estar protegidos”.

(c) Julio Portero

Rafael Raya, una vida dedicada a la zapatería

Este oficio esta unido al “andar” diario de este pueblo desde el esplendor comercial de Montilla en tiempos de las fábricas de curtido de pieles.
Este es el testimonio del último de una generación de zapateros que han continuado día a día su labor desde que empezara como aprendiz a los 16 años, agarrando la lezna, el cabo, la aguja; hasta esculpir en la horma su primer par de zapatos, corría el año 1946.

Tiene Montilla una estrecha calle que conduce a la iglesia de San Francisco Solano (Patrono de la ciudad), frente a esta existía una pequeña zapatería detenida en el tiempo. Conservaba la fachada encalada y una vieja puerta acristalada que dejaba pasar algo de luz al interior del austero taller. Desde su modesta zapatería en la que se instaló en el 1954, ha visto la transformación que ha experimentado la calle “El Santo”, como popularmente se conoce a esta céntrica calle montillana. Desde las varias reformas que ha sufrido el pórtico de la iglesia, a los desparecidos comercios. Incluso recuerda el adoquinado que presentaba la calle antiguamente. En algunas ocasiones el repicar de las campanas se acompasa con el sonido machacón de su martillo.
Entregado en el arreglo de una nuevas tapas repasa con la cuchilla la goma sobrante, con la destreza que solo da los años de un oficio bien aprendido. Sin perder el hilo continua contando aspectos de cuando este oficio era próspero. Siempre, sin despegar la vista de lo que esta haciendo; cuando lo hace mira fijamente por encima de las gafas. “Antes –continua diciendo- existían en Montilla muchos zapateros, en la calle Fuente Álamo estaba Manuel Jurado, en la esquina estaba”Violencia”, y Arturo, más abajo en la calle La Gavia, “Molleja”, que en sus últimos años se aficionó al “Séptimo Arte”, y ejerció de portero en el cine del Teatro Garnelo.

Una pausa para recordar le sirve a nuestro personaje para continuar haciendo recuento de sus colegas. “También estaba la zapatería de “El Coca”, que tenía trabajando a cuatro zapateros. Uno de ellos era “Antonio pesetas”, ese para el calzado de señora era el número uno. La zapatería de Robles, que estaba en la calle Enfermería. Había otra en la calle Virgen del Carmen, y en la calle Ciprés. Por todas las calles había zapateros, y ahora estamos más claros que los “Obispos en Rusia”.

Hubo un tiempo en el que Montilla contó con numerosas fábricas de curtidos de pieles. El barrio de las tenerías estaba enteramente dedicado a esta industria. Hoy, de aquella prosperidad no queda ni rastro, si acaso el recuerdo nostálgico que aún permanece en la memoria de nuestros mayores.

“Antes el calzado se hacia a mano, no había fábricas que lo hicieran. Yo, gracias a Dios -puntualiza-, aprendí a hacer de todo: botas finas, entrefinas, de campo, zapatos de señora, sandalias para la vendimia, botas para las aceitunas, botos, que se hacían muy poquitos, pero hice algunos. En mí zapatería entraba todo el mundo, gente humilde y otros con posibles, y procuraba siempre atenderlos lo mejor que podía.

Recuerdo, que le hice unos zapatos bajos para la Semana Santa a un hijo de “La Clarita”, que era retratista, y recuerdo que le lleve 275 ptas hace 50 años, y me dijo: “mire Rafael, estoy esperando que me paguen mil y pico de pesetas de una boda, y eso tardará un par de días, si quiere me los llevo y a la ná se los pagaré.

Pasaban los días y no venía. Un mes y otro, y nada. Y resulta que había aquí, un guardia civil que se apellidaba Bueno, y era conocido por el apodo de “El corneta” (porque ejerció de tal en la guerra civil), le comenté y me dijo lo siguiente: “Lo que tienes que hacer es pasarte por el cuartel, que yo tomaré nota de ese sujeto”. Claro, yo quería que me pagara pero aquí sabíamos todos como las gastaba “El corneta, ¡daba tortas para dar y regalar!. Vamos, que engordaba el tío pegando a la gente. Así que, me dió lástima y no le denuncie, con lo que perdí el dinero y los zapatos”.

Hoy en día, las zapaterías como todos los oficios han quedado relegadas por la fabricación en serie. Ahora lo poco que se hace es todo de reparación; cuatro suelas y cuatro tapas.
“Esta profesión, -sentencia este veterano artesano- con el tiempo se perderá totalmente porque enseñarse a zapatero, no se enseña nadie hoy día”.

El olor característico a cuero que antaño envolvían a estas zapaterías, se ha esfumado con el inexorable paso del tiempo. De igual manera que la estirpe de artesanos del calzado que poblaban nuestras calles.

El futuro que depara a este oficio salvo que alguien lo remedie se presenta tan oscuro como la negra goma que vienen empleando en la reparación.

Útiles como: las hormas, la pantómetra, la pata de cabra, las leznas, la pileta, los cáñamos a base de cerote que daban lugar a los recios cabos, están cada vez más en desuso, y donde las planchas de goma han sustituido a las genuinas suelas de cuero.

Julio Portero

11.10.06

Miguel Polo, artesano de la cestería en vareta de olivo

Las personas sencillas pasan de puntillas por la vida. Cuando se ausentan, permanece el recuerdo de sus vivencias en el corazón de aquellos que los trataron, amaron, o respetaron.
Miguel Polo, heredó de su padre el oficio de la cestería en vareta de olivo, tenía fama de hacer las mejores canastas y enjugaderas, estas se usaban para secar la ropa en invierno al calor del brasero de picón. Las canastas para la recolectar la uva, o la aceituna que eran de menor tamaño.
Con el progreso llegó el plástico y dio al traste con este oficio.